Oración a las Glorias de María 2015

Heme aquí Madre. 
Heme aquí, yo, que tantas veces recurro a ti. 
 Heme aquí, yo, que tantas veces recurro a ti. Que tantas y tantas veces me amparo bajo tu manto, buscando Consuelo o alimentando mi, a veces, quebrantada Esperanza. 

No soy quien para hablar por voz de nadie, pero hoy, no serán solo mis plegarias y mis gratitudes, las que haré llegar hasta tus plantas.


Tú, mejor que nadie, Madre, conoces y entiendes las inquietudes de los jóvenes; Tú, que en tu juventud aceptaste con la mayor capacidad de fe, de confianza, de entrega y de disponibilidad el plan que Dios tenía preparado para ti. Tú, que no dudaste en comenzar la andadura por caminos insospechados y nuevos. Tú, que en tu juventud, con tu corazón lleno de ilusiones, de proyectos y de grandes ideales, como todos los tenemos mientras intentamos alcanzar la madurez, Tú, no titubeaste al aceptar la noble misión de ser la Madre del Salvador. 
Entiende entonces Madre que recurra, que recurramos a Ti, que te tomemos como ejemplo, y que queramos, en la medida de lo posible, adoptar tus actitudes, ante la vida y ante la fe. La edad no ha de ser el impedimento que se interponga para alcanzar las distintas misiones que Dios tiene preparadas para nosotros, para estos jóvenes que de una manera u otra intentamos llegar a ser personas de buen corazón, ser fieles y leales, comprometidos y servidores.
 Nadie dijo que fuera fácil, pero Tú, siendo joven como nosotros, lo conseguiste.
 De ahí que seas espejo y modelo de los que hoy estamos aquí, de los que a diario recurren a ti, de los que se acuerdan de ti solo en momentos difíciles… ¿qué más da? Para ti eso no tiene importancia, porque Tú no pones trabas y amas sin medidas. 


Hablar de ti, madre, es hablar del servicio dedicado a los demás, sin límite, sin extremos. La ayuda a tu prima Isabel, a los novios de Caná, a los temerosos discípulos reunidos en el cenáculo…todos estos son solo unos pocos ejemplos de tu actitud de servicio. De cómo nos enseñas que a Dios lo encontramos en el hermano que tiene necesidad de ayuda. Y por desgracia Madre, nos está tocando vivir un tiempo en que muchos son los hermanos que imploran esa ayuda, que necesitan del mayor de los Consuelos, que han perdido por completo la Esperanza… Madre, nos toca vivir en días en los que las portadas de los diarios están llenas de dolor, de tragedia, de guerra, de hambre, de paro, de necesidad… Ayúdanos María a ser capaces de tener esa actitud de servicio a los demás, a nuestros hermanos, a los que sufren en silencio en la puerta de al lado, avergonzados sin querer compartir su maltrecha situación; a los que huyen despavoridos y han llegado a creer que es mejor perder la vida en un desesperado intento de salvación; a los que pierden a sus seres más queridos e indefensos en la aventura exasperada de la libertad y la paz… y recuérdanos Madre a ser agradecidos por cuanto tenemos, recuérdanos que nos quejamos con excesiva facilidad y vergüenza habría de darnos, pero en muchas ocasiones, Madre, somos débiles.

 Es que no es fácil. Sé que no es fácil. ¿Pero a caso algo lo es? ¿Cómo te voy a hablar a ti de lo que es o no es fácil? Tú que sufriste el destierro, la angustia, la persecución, la incomprensión, la pérdida de tu Hijo, la Soledad… ¿Cómo me atrevo a hablarte de los que es o no es fácil? Y aquí vuelvo a pensar que eres espejo. Que en ti, hemos de ver e imitar esa fortaleza con la que nos descubres el sentido cristiano del dolor; que en ti, debemos encontrar el ánimo para continuar con fidelidad y esfuerzo nuestras responsabilidades de jóvenes y cristianos. Tú que fuiste una mujer que viviste plenamente tu etapa de juventud, que acompañaste atentamente la adolescencia y juventud de tu Hijo, Nuestro Señor Jesuscristo… Tú, has sido, eres y serás todo un ejemplo de cómo ser joven cristiano. 

 Por eso Madre, ampáranos, danos valor para no callar, para ser la voz del oprimido, ser el refugio del exiliado, el hogar del desahuciado, el abrazo al marginado, el pan del hambriento… y danos fuerzas, entusiasmo y perseverancia para no desfallecer en el intento. Porque hay tanto por hacer y tanto en lo que trabajar… y tantas y tantas son las distracciones que a veces nos hacen salirnos del camino… y tanta y tanta nuestra debilidad. Madre, estrella y guía, no dejes de indicarnos cuál es el camino. No desistas, ya sé que no lo harás, no dejes de ser la luz de la mañana que nos alumbra y nos permite ver con claridad.
 Heme aquí Madre. 
Heme aquí, yo, que tantas veces recurro a ti. 
Heme aquí, dispuesta y ahora mucho más confiada delante de tu altar. 
Gracias Madre.
 Virgen del Consuelo, ruega por nosotros.  


Desde estas líneas queremos agradecer estas palabras de reflexión y oración, esta súplica ante las inquietudes y necesidades de los hombres, especialmente de los jóvenes. Unas palabras que iluminadas por el rostro de nuestra Madre terminaron de disponer nuestro corazón para la celebración de la Eucaristía en un día tan especial para nosotros.

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