Heme aquí Madre.
Heme aquí, yo, que tantas veces recurro a ti.
Heme aquí, yo, que tantas veces recurro a ti. Que tantas y tantas veces
me amparo bajo tu manto, buscando Consuelo o alimentando mi, a veces,
quebrantada Esperanza.
No soy quien para hablar por voz de nadie, pero hoy, no serán solo
mis plegarias y mis gratitudes, las que haré llegar hasta tus plantas.
Tú, mejor que nadie, Madre, conoces y entiendes las inquietudes de
los jóvenes; Tú, que en tu juventud aceptaste con la mayor capacidad de fe,
de confianza, de entrega y de disponibilidad el plan que Dios tenía
preparado para ti. Tú, que no dudaste en comenzar la andadura por
caminos insospechados y nuevos. Tú, que en tu juventud, con tu corazón
lleno de ilusiones, de proyectos y de grandes ideales, como todos los
tenemos mientras intentamos alcanzar la madurez, Tú, no titubeaste al
aceptar la noble misión de ser la Madre del Salvador.
Entiende entonces Madre que recurra, que recurramos a Ti, que te
tomemos como ejemplo, y que queramos, en la medida de lo posible,
adoptar tus actitudes, ante la vida y ante la fe.
La edad no ha de ser el impedimento que se interponga para alcanzar
las distintas misiones que Dios tiene preparadas para nosotros, para estos
jóvenes que de una manera u otra intentamos llegar a ser personas de buen
corazón, ser fieles y leales, comprometidos y servidores.
Nadie dijo que
fuera fácil, pero Tú, siendo joven como nosotros, lo conseguiste.
De ahí que
seas espejo y modelo de los que hoy estamos aquí, de los que a diario
recurren a ti, de los que se acuerdan de ti solo en momentos difíciles… ¿qué
más da? Para ti eso no tiene importancia, porque Tú no pones trabas y amas
sin medidas.
Hablar de ti, madre, es hablar del servicio dedicado a los demás, sin
límite, sin extremos. La ayuda a tu prima Isabel, a los novios de Caná, a los
temerosos discípulos reunidos en el cenáculo…todos estos son solo unos
pocos ejemplos de tu actitud de servicio. De cómo nos enseñas que a Dios
lo encontramos en el hermano que tiene necesidad de ayuda. Y por
desgracia Madre, nos está tocando vivir un tiempo en que muchos son los
hermanos que imploran esa ayuda, que necesitan del mayor de los
Consuelos, que han perdido por completo la Esperanza… Madre, nos toca
vivir en días en los que las portadas de los diarios están llenas de dolor, de
tragedia, de guerra, de hambre, de paro, de necesidad… Ayúdanos María a
ser capaces de tener esa actitud de servicio a los demás, a nuestros
hermanos, a los que sufren en silencio en la puerta de al lado, avergonzados
sin querer compartir su maltrecha situación; a los que huyen despavoridos y
han llegado a creer que es mejor perder la vida en un desesperado intento
de salvación; a los que pierden a sus seres más queridos e indefensos en la
aventura exasperada de la libertad y la paz… y recuérdanos Madre a ser
agradecidos por cuanto tenemos, recuérdanos que nos quejamos con
excesiva facilidad y vergüenza habría de darnos, pero en muchas ocasiones,
Madre, somos débiles.
Es que no es fácil. Sé que no es fácil. ¿Pero a caso algo lo es? ¿Cómo
te voy a hablar a ti de lo que es o no es fácil? Tú que sufriste el destierro, la
angustia, la persecución, la incomprensión, la pérdida de tu Hijo, la
Soledad… ¿Cómo me atrevo a hablarte de los que es o no es fácil? Y aquí
vuelvo a pensar que eres espejo. Que en ti, hemos de ver e imitar esa
fortaleza con la que nos descubres el sentido cristiano del dolor; que en ti,
debemos encontrar el ánimo para continuar con fidelidad y esfuerzo
nuestras responsabilidades de jóvenes y cristianos. Tú que fuiste una mujer
que viviste plenamente tu etapa de juventud, que acompañaste atentamente
la adolescencia y juventud de tu Hijo, Nuestro Señor Jesuscristo… Tú, has
sido, eres y serás todo un ejemplo de cómo ser joven cristiano.
Por eso Madre, ampáranos, danos valor para no callar, para ser la voz
del oprimido, ser el refugio del exiliado, el hogar del desahuciado, el abrazo
al marginado, el pan del hambriento… y danos fuerzas, entusiasmo y
perseverancia para no desfallecer en el intento. Porque hay tanto por hacer
y tanto en lo que trabajar… y tantas y tantas son las distracciones que a veces
nos hacen salirnos del camino… y tanta y tanta nuestra debilidad. Madre,
estrella y guía, no dejes de indicarnos cuál es el camino. No desistas, ya sé
que no lo harás, no dejes de ser la luz de la mañana que nos alumbra y nos
permite ver con claridad.
Heme aquí Madre.
Heme aquí, yo, que tantas veces recurro a ti.
Heme aquí, dispuesta y ahora mucho más confiada delante de tu altar.
Gracias Madre.
Virgen del Consuelo, ruega por nosotros.
Desde estas líneas queremos agradecer estas palabras de reflexión y oración, esta súplica ante las inquietudes y necesidades de los hombres, especialmente de los jóvenes. Unas palabras que iluminadas por el rostro de nuestra Madre terminaron de disponer nuestro corazón para la celebración de la Eucaristía en un día tan especial para nosotros.
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